Episodio 5 – Escuela de Artes Plásticas de Oaxaca (Rocha)
Imagen cortesía de ♻ ArquiMéxico
La Escuela de Artes Plásticas de Oaxaca se gestó por solicitud del artista Francisco Toledo, en colaboración con la Universidad Autónoma Benito Juárez.
Una premisa importante incorporada al proyecto fue la presencia en el terreno de un juego de pelota mixteco, ocupado los fines de semana por sus jugadores. Asimismo, el edificio contiguo, que fungía como biblioteca, se convertiría en el nuevo centro cultural de la universidad. La ausencia de un plan maestro que integrara estos elementos llevó a diseñar un proyecto que tuviese el aspecto de un gran jardín antes que un edificio más.
Por otra parte, las obras que se estaban realizando en el campus generaban enormes cantidades de tierra. Esta contingencia sugirió crear un talud que lograra tanto la condición de jardín como el aislamiento requerido para contruir una escuela de artes. Por cuestiones de tiempo y presupuesto, la escuela fue planteada en tres etapas. Las dos primeras ya están construidas: 2,270 m2 en interiores y 1,000 m2 en exteriores, una zona denominada “el cráter”, que define el lado oeste del juego de pelota y el perímetro del campus.
La escuela fue concebida con dos tipologías de edificios. Los primeros, en piedra, generan la contención contra los taludes y una serie de terrazas habitables. Sus orientaciones corresponden con las caras de los taludes, con patios ingleses y ventanas acotadas en función de los usos: área administrativa, mediateca y aulas, con vista poniente hacia el juego de pelota y a una línea de árboles preexistentes.
La segunda tipología son los edificios exentos de los taludes, todos orientados al norte, con excepción de la galería y el aula magna (norte–sur), construidos con tierra compactada, lo cual no sólo ayuda al carácter del edificio —un sistema orgánico con accidentes que alimentan la riqueza de muros y patios—, sino que constituye un excelente sistema constructivo que permite crear un microclima óptimo para las condiciones climáticas extremas de la ciudad de Oaxaca, así como aislar acústicamente las aulas.
Los talleres permiten la ventilación cruzada, con ventanales hacia las fachadas norte, dotando de mejor calidad lumínica a los recintos y extendiendo el interior sobre un espacio de iguales proporciones pero abierto, así como reduciendo la exposición solar directa de los interiores.
Estos patios sugirieron una planta ajedrezada, donde el vibrado de masa-vacío en los andadores generó fugas visuales y recorridos siempre variados.
La conservación de los moños de la cimbra —unas soleras horizontales cada 90 cm— permite al edificio protegerse a manera de puerco espín, donde la volumetría de los moños transforma las fachadas con las sombras dadas por el movimiento del sol, sirviendo además para colgar, soportar o tensar objetos.
El acceso principal es escorzado y permite la lectura distorsionada del conjunto desde el exterior con una escala aparentemente pequeña, proponiendo la lectura de unos cuerpos que, en perspectiva, estructuran una especie de caparazón virtual, a partir de estructuras que van creciendo del exterior al interior.
Los patios con grava alojan macuiles, que crean un espacio amigable de trabajo a la sombra. Los taludes están forrados de vergonzosas y cebrinas, de fácil mantenimiento, en apoyo a la imagen de jardín deseada.
El artista Francisco Toledo colaboró de forma decisiva en la concepción de las áreas exteriores, siendo que este jardín se extenderá alrededor de la escuela, como un ente vivo.
Vía: Arquine