Esta proeza técnica, tiene 2.737 metros de longitud y sostiene seis carriles a 77 metros de altura, se logró levantar después de la Gran Depresión que azotó a Estados Unidos.
Hace 75 años, y luego de haber transcurrido los momentos más crueles de la Gran Depresión, la población de San Francisco se despertaba con ansiedad.
La expectativa que contagiaba a todos los habitantes no podía ser mayor, ya que verían una de las obras de infraestructura más importantes del siglo XX.
El 27 de mayo de 1937, el puente Golden Gate fue abierto al público, comunicando el condado de Marin con la península de San Francisco, lo que permitió resolver la insuficiencia del sistema de ferris ante la demanda creciente de tráfico para unir dos de las regiones más dinámicas de California.
La majestuosidad del Golden Gate fue incontrovertible. No solo se trató del puente colgante más largo del mundo, sino que se erigió como una obra que representó la capacidad de un país para sobreponerse a la peor crisis económica de su historia.
Sus 2.737 metros de longitud y 1.970 metros de estructura colgante que sostienen seis carriles a 77 metros de altura, se convirtieron en una de las siete maravillas del mundo actual, según la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles.
Con una estructura imponente y un diseño que combina la precisión de la ingeniería y la estética de la arquitectura, no fue solo una amalgama de talento técnico sino también un monumento a la arquitectura financiera.
En medio del desastre económico de los años posteriores a 1930, lo que impidió conseguir financiamiento directo, la entidad promotora constituida, conocida como el Distrito del Puente Golden Gate, logró estructurar bonos de largo plazo para inversionistas y cubrir los flujos necesarios de la obra.
Fue así como al talento de sus diseñadores e ingenieros Joseph Strauss, Irving Morrow y Charles Ellis, se sumó el espíritu financiero de Amadeo Giannini, fundador del Bank of America, quien compró toda la emisión de títulos.
La construcción del puente más fotografiado del mundo no fue un jardín de rosas. Hubo oposición política proveniente de múltiples intereses, cuestionamientos ambientales y resistencia al cambio. Sin embargo, sobresalió la capacidad de generar consensos frente al interés general.
Hoy, 75 años después, su color naranja, escogido para sobresalir en la neblina y mitigar los ataques del óxido, es un símbolo de progreso y perseverancia.
Por Álvaro Cuéllar V.
Vía La Nación
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios son importantes para Nosotros...